lunes, 29 de enero de 2018

Marketing.

Un buen día cualquiera, sin pena ni gloria, pero de noche. En un arrebato de responsabilidad decides que tienes cosas que hacer, pero que el silencio puede matarte demasiado por dentro como para no distraerte. Por ello, decides encender la tele, buscando algo sencillo que no te haga pensar. Y, sin embargo, consigues todo lo contrario.

Sinceramente, hacía mucho tiempo que no pasaba por aquí. No por nada, sino porque soy lo suficientemente despistada como para incluso haberme olvidado de su existencia. Pero hoy merecía la ocasión escribir. Y os parecerá una chorrada que abra una entrada para esto, pero no es tanto por el tema en sí como por la necesidad de desahogarme y llorarle a alguien un poquito. 

Como iba diciendo. Hoy he decidido darle la oportunidad a uno de esos programas de televisión actuales sobre los que la gente tanto habla; uno de esos en los que se vende algo directo y se le deja al espectador la posibilidad de comprar ese algo directo porque le llame la atención algo indirecto. Conceptos abstractos creados de la idea de la novedad, de la representación, de la búsqueda y el encuentro con uno mismo. Yo, sin embargo, no puedo. Algo me llena la cabeza de pensamientos que subrayan que todo es marketing, un conjunto de ideas para captar nuestra atención sin que nos paremos a pensar demasiado en ello, el camino hacia una vía de consumo mayor. 

No, no soy mejor que vosotros por pensar así; de hecho, creo todo lo contrario. Por unas cosas o por otras quise crecer demasiado rápido y aprender a manejar la situación en un mundo que se me echaba encima, y que cada vez ejercía más presión sobre mí y sobre los míos. Un mundo en que todo va bien si tienes techo, comida y buena salud, pero que deja aparte todo lo demás. Un mundo vacío, sin ilusión, lleno de responsabilidades. Y quizás (y sólo quizás) lo haya conseguido, pero el precio a pagar ha sido sentirme un poco menos persona.

Y así me quedo, contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo me río de mi suerte,
tan callando.

Oh, joder ¡se me queman las lentejas!