sábado, 26 de mayo de 2018

Y en una lluvia de lágrimas, de naturalezas muertas y de junglas urbanas ella sólo pudo respirar.

domingo, 20 de mayo de 2018

Cariño.

A pesar de que siempre he sido de mayor envergadura que la gente de mi generación, hará unos doce años que dijeron de mí que no debía de ser muy mayor. "Es que eres muy cariñosa", me dijeron.

No es la primera vez que esta frase me viene a la mente. Quizá desde entonces he presupuesto que las muestras de calor humano son una muestra de inmadurez, y que a mi edad ya no me las puedo permitir. Necesitar cariño es de débiles.

Pero yo, por desgracia, no puedo ser así.

Y aquí me encuentro, escribiendo, perdida en frente del blanco infinito de la página. Blanco que reemplaza al blanco infinito del techo. Y entre tanto ruido político de fondo y tanta mala reyerta de bar en formato de las redes sociales, no pienso. Y dejo que me invada la necesidad de un abrazo que quiero y no puedo. Y dejo que me invada el sentimiento. Y dejo que me invada y me lleve lejos. Bien lejos.

Y luego vuelvo. Vuelvo al blanco de la página. Vuelvo al día a día y vuelvo a la falta de esencia, a la rutina.

Vuelvo, pero muero.

[...]

En fin, vuelvo al trabajo. La vida espiritual no es compatible con la vida terrenal.

viernes, 18 de mayo de 2018

Hoy.

Hoy me arden la cabeza y las entrañas.
Hoy la debilidad me invade, despiadada, como si algo le debiese a mi conciencia.
Hoy me vuelan mariposas en el cráneo que atraviesan mi garganta y me hunden el estómago.
Hoy sólo sueño con liberarme, con volar lejos del equilibrio inestable.
Hoy sólo sueño con no volver a pensar.
Hoy sólo sueño con no volver a sentir.

[...]

Pero hoy, sobre todo, no es mi mejor día. Y no sé por qué.

lunes, 14 de mayo de 2018

Troba clandestina.

[Bendito el día que me sacó de mi rutina y me obligó a entregar documentación lejos de casa. Bendito el día en que, a pesar de tener un horario flexible, caí en el formalismo de entrar a una hora decente a trabajar y decidí montarme en el metro...]

Así comienzan a veces las típicas historias de amor de película pastelosa. La mía no es pastelosa, ni es la típica; pero sí es de amor.

Llegados a cierto punto toca transbordo. Me subo al metro y vislumbro, entre pasajeros ausentes o absortos en las pantallas de sus móviles, a una joven de rasgos pintorescos con un ukelele esmeradamente decorado. "Espero que no suene demasiado estridente" pienso, con el recelo común de alguien que siempre ha tenido la mala suerte de toparse con artistas que sobreestiman sus habilidades o que sencillamente no han tenido a nadie que les haya dado una crítica constructiva o un consejo adecuado.

Rasga la primera cuerda, 
vibra el aire en su garganta
y a mí hasta el alma me atraviesa. 

Ya no soy capaz de hablar. Me quedo atónita, centrada en esa melodía cautivadora que casi me hace pasarme de estación. Sólo puedo esbozar una sonrisa y escuchar; cualquier otro gesto, sobra.

Acabada la canción, hace recolecta y contribuyo. Da igual cuánto haya echado: sé que es poco. Y mientras tanto ella sigue, ya sin música, tarareando. Me apetece preguntarle, gritar a los cuatro vientos qué hace rebajando su nivel a una simple troba de metro, ofrecerle mi humilde y triste ayuda. No puedo y sé que no debo. Cualquier sonido que interrumpa torpemente su canción sólo sería un estorbo, y para cuando ha callado yo ya había bajado del vagón.

Nos dice "Gracias por la ayuda, ya sea en forma económica o de sonrisas [...], que me permiten cumplir con este proyecto". Rotundamente no. Todos te debemos cortesía e infinito agradecimiento a ti por aparecer. Por darle vida a las naturalezas muertas propias del día a día del ciudadano de a pie.

En cuanto a nosotras, ojalá nos volvamos a cruzar. Y ojalá no sea en un metro, sino en un escenario rodeado de aquellos que realmente aprecien la buena música y que estén dispuestos a llevarte allá donde mereces.

Ojalá nos volvamos a ver.