viernes, 20 de julio de 2018

Clase de etología individual.

Hoy, por primera vez en mucho tiempo, he vuelto a tomar apuntes. No había libro, ni profesor, ni clase asistida. Sólo dictaba el corazón, que se disponía raudo a tomarme la mano y escribir hasta el agarrotamiento todo aquello que dictaba.

Y todo lo dictado quedaba plasmado en el blanco papel que de lo absurdo no estaba dispuesta a leer. Absurdo, sí, pero ¿acaso no era lo que sentía? ¿acaso no era lo que necesitaba expresar aun a riesgo de que se me tomase por loca y de que me costase perder una de las pocas luces que me encandilaban el alma? Absurdo, sí, pero necesario. Siempre tendría la opción de que quedase para mi misma y que nunca saliese a la luz. Siempre podría decirme "no tengo tiempo, por favor, no me envíes nada" con sus corteses maneras, porque al fin y al cabo era un ángel. Eso no se lo podría quitar nadie. Él siempre será un ángel, conmigo o sin mí.

Pero igualmente decidí no volver a leerlo. Dejarlo guardado en un cajón hasta que él quisiera mirarlo. El ejercicio ya estaba puntuado: "suficiente". Suficiente para que esta noche pueda dormir un poco menos atormentada y con unas cuantas ideas menos en la cabeza. Suficiente para desocupar un poco de pena e intentar que la melancolía, la nostalgia y esta molesta sensación de vacío se apiadasen de mí por una noche y me dejasen descansar con menos desgaste de lacrimal del que venía siendo habitual estos días.

Sólo el destino depararía la evaluación final de esta lección de comportamiento personal, que de raro ya hasta aborrece a quien me rodea. Sólo queda la esperanza de aprender a vivir un día con ello, aunque tengan que enseñarme o inducirme una evasión de la realidad.

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