martes, 21 de agosto de 2018

La banca no cura.

No es infrecuente encontrar en Barcelona a indigentes que, por circunstancias varias, moran los cajeros en busca de cobijo. Siempre silenciosos, aparentemente indiferentes a lo que sucede a su alrededor, interaccionan contigo mediante un vaso vacío o con unas pocas monedas de los usuarios piadosos que han tenido un poco más de suerte que ellos. Porque al fin y al cabo llegas a la conclusión de que tu destino, más que esfuerzo y fuerza de voluntad, es suerte. Suerte de ser lo suficientemente fuerte o suerte de que la vida te haya sido lo suficientemente favorable para no verte así.

En este año he visto aparecer a muchos indigentes, e igualmente los he visto desaparecer. Hoy de hecho he visto el cartoncito sobre el que apoyaba el vaso uno de los últimos, que sentado sobre la marquesina intentaba ganar unas monedas en horario diurno, plegado y desparramado en la puerta de la sucursal.

Con esto es inevitable pensar que la banca no cura. La banca te diseña la vida y los sueños, te hace perseguir fantasmas y hadas que en realidad no existen y te exprime para que saques siempre lo peor de ti. La banca te lleva al límite, a la disuasión, a la disociación de lo real y lo ficticio. La banca busca que hagas crecer la banca, incluso en aquellos momentos en los que la banca sabe que no puedes hacerlo. La banca tira tu vida por la borda y te lleva a la calle.

La banca no cura. La banca mata.

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